Hay frases que, aunque se pronunciaran hace siglos, tienen una vigencia asombrosa. Aristóteles lo dijo con claridad: «La habilidad de exponer una idea es tan importante como la idea misma«. Y, si lo piensas, tenía toda la razón. Porque una idea brillante que no sabemos transmitir es como un tesoro enterrado: puede tener un valor incalculable, pero si nadie lo encuentra, queda en el olvido, no existe. En mis charlas me gusta compartir que ya hace más de 2000 años, en el siglo V a.C., Sócrates fundó su academia de oratoria, lo que supuso una auténtica revolución intelectual en la antigua Grecia.

A diario estamos expuestos a miles de mensajes, ideas, opiniones. En este mar de contenido… vivimos en un mundo saturado de información. Y no siempre sobrevive la mejor idea, sino aquella que se comunica con más claridad y empatía. Por eso, la oratoria y la habilidad de exponer lo que pensamos no son un lujo, son una necesidad.
Piensa en cuántas veces has tenido una idea maravillosa que se ha quedado en tu cabeza porque no sabías cómo expresarla o por miedo a hablar en público. Ahora piensa en cuántas veces has escuchado a alguien explicar algo complejo de forma tan sencilla que lo entendiste a la primera. Esa es la diferencia entre tener una buena idea y saber compartirla. Y aquí está el quid de la cuestión: una idea que no se comprende es una oportunidad perdida.
La importancia de definir tu intención
Antes de compartir tus ideas, es fundamental hacerte una pregunta: ¿Qué quiero lograr con este mensaje?
Definir tu intención te ayuda a dar claridad a tu mensaje y propósito a tus palabras. No es lo mismo informar que inspirar, persuadir o emocionar. Cuando tienes claro el efecto que deseas generar en tu audiencia, puedes ajustar el tono, el lenguaje y la estructura de tu discurso para que sea más efectivo.
Además, una intención definida te permite conectar con las personas que te escuchan de manera auténtica. Cuando tu audiencia percibe que hay coherencia entre lo que dices y lo que realmente quieres transmitir, se genera confianza. Y la confianza es la base de cualquier comunicación que deje huella.
Exponer una idea va más allá de hablar bonito. No se trata de adornar el mensaje con palabras rimbombantes ni de impresionar con un lenguaje técnico. Se trata de conectar. De comprender qué necesita escuchar la otra persona, cómo lo necesita escuchar y qué emociones despiertas a quien recibe tu mensaje.
Piensa en líderes que han transformado la historia: no sólo tenían grandes ideas, sino que supieron comunicar su visión de manera clara, emocionante y convincente. Cuando Aristóteles expresó esta idea, también nos recordaba que la comunicación es un arte y una responsabilidad. Porque cuando tienes una idea poderosa y sabes transmitirla, puedes inspirar, movilizar y cambiar realidades.
Ahora bien, no quiero que pienses que comunicar con eficacia es un talento innato reservado para unos pocos. Es una habilidad y como cualquier otra, se puede entrenar y perfeccionar.
Se trata de practicar la claridad, escuchar con atención, adaptar el mensaje a tu audiencia y, sobre todo, hacerlo desde tu esencia. Porque las ideas más potentes son las que nacen de la verdad personal y se comparten con honestidad.
Así que, la próxima vez que tengas una idea, pregúntate: ¿Cómo puedo ponerla en escena para que realmente llegue? ¿Qué quiero que sienta o piense la persona que me escucha?
Piensa en las palabras, sí, pero también en el cómo y el porqué. Porque cuando una idea se expresa bien, se convierte en algo capaz de inspirar y transformar a los demás.
Aristóteles tenía razón: no basta con tener una idea brillante. Hay que saber compartirla.

